domingo, 15 de diciembre de 2013

Ventanillas



Cerrar la puerta con llave y partir. Ponerme en movimiento y dejar atrás la rutina de un año que termina. Cambiar el paisaje de cada día por otro que tenga la facultad de sorprenderme. Nuevamente la ventanilla de un avión (aunque también puede ser la de un tren, la de un bus, la de un coche o simplemente los pedales de una bicicleta), ha atrapado mis sentidos y experimento una agradable sensación de libertad, porque viajar me proporciona placer y alegrías, siempre vivo experiencias nuevas que rompen viejas ataduras, abren más mi mente y engordan mi alma. Me voy a buscar el calor del sur, nunca mejor dicho, calor familiar, calor de amigos, el calor del encuentro y de los afectos. El calor de mis orígenes y de mi tierra.



Madrid, primer stop en mi camino hacía el hemisferio austral, escala de un par de horas y nuevamente el pájaro de acero levantará vuelo con su gran corazón mirando el sur.



Hoy me despido con una cita que me ha venido a la cabeza, la leí hace tiempo pero me identifiqué mucho con ella: "No comprendo la existencia de personas que se levantan todos los días a la misma hora y desayunan en el mismo sitio. Si yo fuera rica no tendría casa. Tendría una maleta y a viajar siempre". Carmen de Burgos (Escritora y primer periodista profesional en España y en lengua española)



Hasta el próximo post, desde algún lugar de la misteriosa Buenos Aires…

lunes, 9 de diciembre de 2013

Los Sueños de Scot




La imagen lo dice todo; la tarjeta de mi nueva exposición de fotografías en el Centro Cívico Pati Llimona de Barcelona, desde el 12 de diciembre y hasta el 8 de enero. Si están por aquí los espero, les va a gustar.

lunes, 25 de noviembre de 2013

El síndrome Genovese



Haciendo limpieza de la biblioteca, encontré una carpeta con notas periodísticas y recortes de diarios de variados temas, entre todos ellos había una extensa nota que me llamo la atención; El caso Genovese, aquí un pequeño resumen;
En 1964, Kitty Genovese fue asaltada en plena calle y apuñalada hasta morir.
La joven se dirigía a su apartamento en el neoyorquino barrio de Queens, cuando se convertía en víctima de un asesino en serie.
En pleno ataque, el asesino se escabulló, ante el paso de un transeúnte, pero volvió inmediatamente para rematar a Kitty.
Al día siguiente del suceso, la prensa contó que el asalto a Kitty Genovese había durado más de 30 minutos.
Al menos, 38 personas presenciaron el ataque. Nadie llamó a la policía. Nadie intervino ni hizo nada por ayudarla.
Con el paso del tiempo este hecho se convertiría en un clásico de estudio de la psicología social.
¿Cómo se explica el comportamiento de esos testigos? ¿Qué pasó con esa gente, estaban adormecidos?
Experimentos sociológicos han terminado por definir el "síndrome Genovese" o "efecto del transeúnte testigo".
La inacción es compartida y suele ser contagiosa ante una situación de emergencia.
La responsabilidad de la intervención inmediata se traspasa, se delega. Si nadie está haciendo nada, es porque ya se ha hecho o porque no se puede hacer nada. Aunque haya quienes piensan en filmarlo para you tube.
Cuantos más testigos, menos probabilidades hay de que alguien tome la decisión de intervenir, ¿pero por qué? ¿por miedo ¿a qué?
El síndrome Genovese aparece en situaciones de peligro, fortuitas, especialmente radicadas en zonas urbanas, donde el individuo no puede descifrar correctamente lo que está ocurriendo.
Algunos artículos periodísticos decían que durante el ataque a Kitty Genovese, la mayoría de los testigos no veían lo que estaba ocurriendo y sí se produjo al menos una llamada a la policía.
Pero su dramatismo -el hecho de que suceda en plena calle ante decenas de personas- ha definido y explicado a la perfección un síndrome que los estudiosos de los comportamientos sociales han diagnosticado en varias ocasiones.
La situación de peligro disuade aún más de la intervención, diagnóstico evidente de esas responsabilidades transferidas por el inconsciente. Casi siempre este síndrome irrumpe, sobre todo, en sociedades y grandes urbes, muy preocupadas por la seguridad personal.
"El efecto del testigo transeúnte consiste en presenciar lo que está ocurriendo y no ser capaz de entenderlo y no actuar en consecuencia. Es la desconfianza ante los extraños y lo extraño, elevada a la enésima potencia, concluyendo que resolver una situación de emergencia es problema de otros."  Concluia el artículo
¿Han visto o sentido últimamente el síndrome Genovese, la responsabilidad delegada o el efecto testigo transeúnte?
En realidad, no tiene que ver necesariamente con una situación violenta en la calle,
podría consistir en leer las noticias, contemplar la injusticia política, económica y judicial; una dosis diaria, de manera clara y palpable y en nuestras propias narices
y cerca de nuestras puertas.
Deseo de todo corazón que mañana no nos toque a nosotros.

sábado, 16 de noviembre de 2013

Volver a la bicicleta!



La usé mucho cuando era pequeño. Aún recuerdo la cantidad de golpes que me di mientras aprendía a andar en bici (y después también), más de una vez llegué a mi casa lleno de moretones y con las rodillas sangrando luego de una tarde de bicicleteadas con mi amigos de aquí para allá, mi madre me miraba y yo solito iba al baño a ducharme y a ponerme algo en esas rodillas que ya estaban bastante machucadas por los golpes y las caídas.
Hoy, después de algunos añitos!! Jajajaja, reivindico el uso de la bicicleta, es el mejor medio de movilidad que hay, a saber;

- Andar en bicicleta media hora diaria te ayuda a mantener el peso adecuado al quemar unas 400 calorías aproximadamente, según los expertos.
- Te ayuda a mantenerte sano.
- No contaminás.
- Consigues una musculatura firme sobre todo en abdomen, glúteos y piernas.
- También ayuda a tonificar los brazos al estirarlos.
- Combates el estrés al pasear al aire libre y te permite desconectar de las presiones y rodearte de pensamientos positivos. Después del trabajo salir a andar en bici para mi es lo mejor.
- 20 minutos al día de pedaleo y tú cuerpo estimula las defensas ayudándote a combatir enfermedades.
- Reduces a la mitad el riesgo de sufrir un infarto, previene el desgaste de las articulaciones, aminora la ansiedad, alarga la vida...
- La palabra "atasco" sencillamente no existe ni te afecta.
- No tienes problemas de aparcamiento y encima moverte te resulta completamente gratis.
(Y no lo digo yo, también los especialistas)

Así que, en la medida de lo posible, ¡chau coche, bus y metro; a usar la bicicleta!
¡Cómo vamos cambiando los hábitos según pasan los años!

lunes, 11 de noviembre de 2013

Moño en la cabeza



- ¡Me dono integra!
- ¿Qué estás diciendo?, no me hagas reír… -dijo Mora sorprendida.
- Sí, como escuchaste. Estoy rendida a sus pies. Quiero un hijo de él y te aseguro que lo voy a tener.
- Ana… por favor. Ya no sabes que hacer para llamar su atención. Parece que vivir un tiempo afuera no te hizo muy bien. ¡Qué cambiada estás!
- La gente no cambia, modifica hábitos. -dijo Ana sonriendo- Y dos años no es mucho tiempo.
- En dos años pueden pasar muchas cosas, buenas y malas.
- El tiempo no significa nada. Estoy enamorada y punto –dijo Ana mientras sacaba un cigarrillo de la cartera.
- ¿Y pensás que donarte a él, es el camino correcto para retenerlo?
- No lo sé. Ni me importa. Es lo que siento.
- No te entiendo -dijo Mora-. Y no fumes que me hace daño.
- Yo soy así, sin condiciones ni secretos.
- Anita querida… estás perdiendo la poca dignidad que te quedaba.
- Para que sirve la dignidad si no puedo ser feliz ¿eh?
- No me vengas con planteos filosóficos de feria. Sabes muy bien a que me refiero.
- No Mora, no lo sé. Explicámelo.
- Lo que intento decirte es que… no podés ponerte un moño en la cabeza y regalarte o donarte, como quieras llamarlo, a un hombre así -Mora dejó de hablar y la miró fijo, luego continuó-. Así como así, a cuatro semanas de haberlo conocido.
- No me estoy regalando. Me quiere y lo quiero.
- ¡Qué seguridad! Ana por favor. Habló la voz de la experiencia. ¿Y cómo sabés que te quiere?
- Porque me lo dijo -respondió Ana encendiendo el cigarrillo.
- Palabras… son sólo palabras que se las lleva el viento. Cosas que se dicen en un momento de placer, de calentura y nada más. Abrí los ojos… ¿No te das cuenta?
- ¿De qué? -preguntó Ana exhalando el humo de la primera pitada.
- ¡Qué te engaña con cuanta mujer se le cruza en el camino! ¡Vamos! No hay peor ciego que el que no quiere ver –dijo Mora mirándola fijamente-. ¿No te das cuenta o no te querés dar cuenta?
- ¿Qué parte de l o  a m o, no entendés?
- Amor… Encuentros al paso que no te dejan nada. Formas que se mueven, cuerpos que se funden, fluidos que se mezclan -dijo Mora mientras gesticulaba con sus manos-. Te das vuelta y no se cae nada, estás vacía. Hoy un juramento, mañana una traición y si te he visto no me acuerdo.
- Algo es algo ¿no? Peor vos, que el único que tuviste se te fue…
- Sí -respondió Mora abatida-. Tenés razón. Me dejó y fue. Dicen que no hay mal que por bien no venga.
- Mora. Disculpame, no quise…
- No te hagas problema. Estoy acostumbrada.
- Perdóname. ¿Sí? -dijo Ana cambiando el tono de voz-. Con esa panza pareces un dirigible a punto de explotar.
- Apoyá tu mano y sentilo. Se está moviendo.
- Es verdad, está como… inquieto –dijo Ana con la mano apoyada sobre la panza de Mora.
- Mamá siempre me decía, “si tu hermana te ataca, tenés que defenderte”. Pero te quiero y deseo lo mejor para ti.
- Entiendo que quieras protegerme -Ana retira su mano de la panza de Mora y ambas siguen caminando-. Y te agradezco, pero te aseguro que puedo hacerlo sola. Amo a Roberto y estoy completamente segura que él también a mí. Me habló de casamiento y de irnos a vivir juntos a su casa. Podés venir a visitarnos cuantas veces quieras, mi casa es tu casa y yo también quiero ver crecer a mi sobrino.
- Gracias por la invitación hermanita. Pero no. –dijo Mora mientras le hacia señas a un taxi para que se detenga.
- No te vayas –dijo Ana, agarrándola del brazo.
- Soltame Ana. Saluda de mi parte a mi futuro cuñado –dijo Mora mientras se subía al taxi-. No será el primero ni el último en cumplir con ambas hermanas la función de padre. Adiós.
Ana se quedó parada inmóvil en medio de la vereda, mirando el taxi que se alejaba.

miércoles, 30 de octubre de 2013

Faltan dos meses...



Dejé por un momento de hacer mis tareas habituales y me detuve a ver el calendario. Sí, faltan 62 días para el año nuevo y para los festejos familiares de fin de año en Argentina.
Mis nocheviejas siempre han sido de lo más extrañas. Quizás sea por eso que no suele ser mi noche preferida, porque me pongo nervioso con la cuenta atrás y me entra la nostalgia de todo lo que se queda archivado en un año caducado. Sin embargo, hay cosas que nunca cambian. Más allá del calor ambiente del hemisferio sur y el verano que comienza su tórrido recorrido, me gustan mucho la calidez de todas las llamadas y los mensajes que recibo de personas que no esperaba que se acordaran de mí, disfruto mucho de los preparativos de la reuniones,  de hacer los mandados, de las compras, de los mates tomados en familia y de las visitas de todos los familiares ya amigos. También tengo mi pequeño momento de soledad escribiendo lo que deseo que me suceda en el año que se inicia, y me pongo de los nervios porque el tiempo se va y me dan ganas de llorar por los que ya no están. Me produce cierta sensiblería el ambiente y  ver a todas las familias haciendo lo mismo, preparándose para despedir el año viejo y recibir el nuevo. Por momentos la angustia se apodera de mi, los recuerdos se amontonan y se hacen balances de lo peor y de lo mejor... Y con tanto calor y jornadas de piscina, el cuerpo se enfría, la angustia se va y llega la euforia; por lo nuevo, por lo que vendrá, y a pensar en los rituales, que no son muchos, pero hay que tenerlos en cuenta; que comprar una prenda de ropa interior nueva (o lo que es lo mismo, un calzoncillo nuevo de color rojo) porque sino, vas mal, que comenzar el año con el pie derecho, porque eso sí, todos los años los comienzo a destiempo, con los dos pies arriba de una silla o haciendo equilibrios para no caerme. 
Y un rito nuevo, el de las uvas, que si ahora sí, que si ahora no... que cuando toca la primera campanada de la iglesia que está frente a la plaza. Si miro a mi alrededor para ver como lo hace mi sobrina y se fue toda la seriedad al garete, porque me da el ataque de risa de ver a todo el mundo comiendo las uvas y preguntándose si ese es el postre o algunos más descolgados preguntando para que son las doce uvas. En fin,  que no se tragan una y se meten dos o tres juntas o las dejan en el plato. Y yo, por si acaso, con el ataque de risa, me meto las doce uvas y a rezar para no morir atragantado, igual tengo la copa de cava en la mano para brindar y para bajar las uvas. Luego los abrazos, besos, saludos, risas y lágrimas y a disfrutar del cotillón y los cohetes, y el pan dulce y la garrapiñada y todo lo dulce que había en la panadería de don Carlos incluida las tortas de las tías con la sidra bien helada y a seguir toda la noche hasta que salga el sol, que amanece que no es poco y el sol sale a las cinco de la mañana y nos encuentra a todos en el patio de casa  festejando el año nuevo.
Ya estamos, para todo eso faltan solamente dos meses…

domingo, 20 de octubre de 2013

En un rincón



Ayer a la tarde vino a visitarme una amiga que hacía mucho tiempo que no veía. A la mañana había preparado un budín de harina integral y frutos secos (como todos los sábados), así que cuando llegó preparé el mate y nos sentamos en el balcón a charlar de nuestras cosas, rememorando aquellos buenos viejos tiempos en que nos juntábamos más seguido.
En un momento de la conversación ella me hablaba de la separación y de su ex y entre mates amargos y porciones de budín, mi amiga se despachó con la siguiente reflexión:

“Existe un rincón en el alma, un rincón olvidado a conciencia, es el rincón de los sueños rotos, de las desilusiones, de los miedos, de las dudas, de las añoranzas, de los dolores, de los mazazos recibidos en el largo y tortuoso sendero de la vida. El rincón de los desvelos, de los jirones en el suelo, del polvo acumulado.
Ese rincón, como si fuera un tacho de basura, está cerrado a cal y canto, es el altillo donde se amontonan las cicatrices y se esconden los temores más absurdos. Las tristezas también tienen allí su lugar, las nostalgias que con el paso del tiempo traen melancolía.
No suelo abrir la puerta y ver que se amontonó ahí, se precisa valor para pisar la oscuridad y la soledad que traen los recuerdos en algunas ocasiones.  
Sin embargo, la mente muchas veces es perversa si no se controla y no perdona la debilidad, así que en las noches de insomnio mi cabeza suele pasear a sus anchas por los rincones prohibidos y rebuscar en los baúles escondidos, con la extraña necesidad de traer fantasmas que no existen a las noches largas y lentas en las que la realidad y las lágrimas nos roban el sueño.
 No es bueno lamentarse de las decisiones tomadas. No es bueno pretender recuperar lo que es mejor dejar como está. No es nada bueno meter el dedo en la llaga y remover, ¿para qué? Mejor no agitar el pasado después de que las aguas volvieron ya a su cauce.
Los libros se leen hacía adelante, pues por la misma regla de tres, no hay que volver sobre nuestros pasos".

(Traté de reconstruirla en su totalidad, algunas palabras se perdieron y otras las cambié, pero en esencia, esto es lo que dijo)

viernes, 11 de octubre de 2013

El Titiritero




 
Era él, sí, el mismo de la fotografía. Alto, grande, de prominente nariz y pelo negro. Sin decir una palabra se acercó, me agarró con fuerza y me quitó la ropa. Derramó sobre mi torso desnudo un aceite tibio, pesado y viscoso con aroma a lavanda.
Sus dedos, manejados con sabía maestría y destreza, estiraron mi nívea y transparente piel como si estuvieran moldeando una escultura de porcelana fría, flexionaron delicadamente mis articulaciones y penetraron en lo más profundo de mí ser, produciendo un deleite y un goce constante en cada partícula de mí anatomía.
Sus manos, callosas y ásperas, me masajearon desde los pies y hasta la cabeza, pasando por cuanta cavidad o protuberancia encontraron a su paso. No puse ninguna resistencia      
sólo me dejé llevar por ese torrente de energía pegajosa que subía y bajaba por todo mi cuerpo. Respiré hondo y me relajé, sentí como que expiraba el alma por la boca. 
¡Qué inigualable y extraordinaria experiencia! Sin dudas aquel hombre era muy especial. Realizó los últimos movimientos con tanto cuidado que pude palpar mi propia fragilidad. Cuando terminó, me tapó con una ligera sábana de hilo egipcio, atenuó la luz de la dicroica y se fue. El folleto informativo decía la verdad; “Servicio Premium”.
Distendida y con la mente en blanco me encontraba muy bien, levitaba entre nubes de algodón en aquel recinto deliciosamente oscuro, silencioso, algo húmedo y con un fuerte aroma a lavanda, pero saludable y acogedor. 
Me desperté cuando alguien abrió la puerta, era él nuevamente. Retiró la sábana y me agarró otra vez entre sus voluminosas manos, noté que la maniobra era compleja y percibí sus músculos palpitantes y tensos. Me vistió, me incorporó y me alzó en sus brazos. Con un solo movimiento acomodó mi cabeza sobre su nervudo bíceps, levantó un poco más mis piernas, colocó su palma debajo de mis nalgas y me llevó, no muy lejos, a otro cuarto, más amplio, más aireado y concurrido.
Las vueltas que da la vida; mientras me llevaba en andas por los pasillos no pude evitar reírme, la escena me hizo acordar a mi accidentada noche de bodas. Él no se dio cuenta.
Me acomodó en una camilla acolchada, confortable y cubierta de pétalos de rosas. Tuve la sensación de que flotaba en un jardín. El aroma a lavanda se hizo más intenso, pero el perfume de las rosas lo balanceaba. Sentí presencias a mí alrededor, no estaba sola en esa habitación, había otras como yo. Aquello no me gustó. No sé porque cuando contrate el servicio creí que sería la única. ¡Qué ilusa, si vienen todas! Están calladitas, pero están y seguramente él les hizo lo mismo que a mí.
Inmediatamente deseché esa idea y pensé en esas gruesas manos, ¡cuánto gusto, cuánto regocijo! y visualizando esos dedos de titiritero, que están todo el día moviendo hilos, me quedé dormida. Cuando desperté estaba en otro cuarto. Las voces masculinas me desorientaron. Esta vez eran ellos los que hablaban entre sí y en voz alta. Llegué a pensar que el fibroso masajista se había equivocado y me había llevado a otro lugar sin darse cuenta, claro, con tanto trabajo se confundió, a cualquiera le puede pasar. Pero no. Luego de unos minutos me di cuenta de que era el último paso del tratamiento. “La sala azul es mixta”, decía el folleto. Así que dejé mi enojo de lado y me dispuse a escuchar. Todos hablaban de lo mismo, enumeraban las características y cualidades que debían tener ellas para estar a su lado. Tampoco exigían mucho, sabían perfectamente que la elección que les tocaba en suerte era inapelable y para toda la vida, pero bueno, soñaban y eso no les costaba nada.
Los miré de reojo, uno por uno, todos eran bien parecidos, robustos y magníficos. Ellos se dieron cuenta de mi presencia y bajaron el tono de voz. Tengo que admitir que la situación me provocó un calor sofocante que recorrió mis entrañas con la velocidad de un rayo, y estuvo acompañada por esa maravillosa sensación adolescente de mariposas aleteando en el estómago. “¿Estará el mío entre ellos?”.
Hubo uno que continuó hablando como si nada pasara: “Yo no pido mucho. Me gustaría que sea sensual, de labios gruesos, pechos pequeños y piernas largas. Que tenga buen corazón y que sienta en su interior que los dos somos uno, aunque seríamos dos, independientes, pero complementarios, viviríamos siempre juntos una dentro del otro. No sé si me explico.  Creo que si encontrara alguien así, estaría muy bien. Con eso me conformo”.
El comentario me causó mucha gracia. “Esa soy yo” pensé. Y mientras hacía un esfuerzo para oír lo que decían los otros, el fibroso masajista ingresó a la sala, encendió las luces y sin perder tiempo me los trajo a todos, uno por uno los fue colocando a mis pies.
Por su actitud deduje que quería acabar pronto y marcharse. Yo estaba excitadísima y esta vez, él se dio cuenta; me miró, me levantó y me probó boca arriba; en uno estaba incómoda, el otro era corto, el otro era muy estrecho y me apretaba los codos. Hasta que me introdujo en ese cajón que había hablado y ¡Sí! Fue una sensación indescriptible. Nada más entrar sentí que se ajustaba a mí a la perfección y que ansiaba quedarme ahí para siempre. Entonces comprendí que era la muerta más feliz del mundo. 

lunes, 30 de septiembre de 2013

Perdí mi tren!



Ayer, llegué a la estación y por dos minutos perdí mi tren, así que me tocó esperar una hora. Una hora que de repente me pareció un mundo entero. Da rabia eso de llegar y ver partir el tren que se supone tenías que tomar, pero si llegás y sucede eso, supongo que es porque ese tren no te tocaba en suerte y el azar a veces hace que las cosas sean así. 
Lo que saqué en claro en esa hora fue:

Que me es imposible concentrarme en leer un libro porque prefiero observar todo lo que sucede a mi alrededor; están los que llegan, los que los esperan, los que se abrazan en un encuentro feliz, los que se abrazan y lloran, los que se van y están tristes y los otros que están alegres, los que no saben porque se van o porque llegan,  los que tienen ganas de ir al baño y se encuentran con que el baño está cerrado con llave porque lo están limpiando, los que se sientan en el bar a leer el diario y a tomar un café, o una cerveza, los que hablan por móvil, los pocos que hablan por teléfono público, los niños que corren, los padres que gritan, los que vienen cargados de valijas, los que sólo traen una mochila, los que reclaman al vigilante de seguridad un poco más de orden, los que exigen sus derechos, los que prefieren callar y los que simplemente como yo, sólo miran como la estación de tren tiene vida propia en esos largos minutos de espera hasta que salga el próximo tren.

Y lo más importante, la lección personal del día que fue el motivo por el que mi tren se fue sin mí, para que sacara esta conclusión, es que vivo acelerado y tengo que aprender a pisar el freno. En ello estoy.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Despedida





 

Querida Julia;
            Por favor no te vayas. Un mes sin tu presencia en mi vida, no será vida.
Siento que en cada abrazo que me das mi corazón intenta escaparse de mi pecho para unirse al tuyo y que en cada beso que te doy mi alma se eleva y vuela para entrar dentro de la tuya. Todavía no te fuiste y ya extraño tus ojos, tu piel, tus labios y tu luz.
Un mes sin ti será como vivir sin agua, sin comida; como días grises sin ver el sol.
Un mes sin tu voz serán infinitos días sin escuchar el canto de las aves ni el sonido de la lluvia.
Un mes sin tu calor será un insomnio constante, mi cuerpo no conocerá el descanso y mis noches no encontrarán la paz del sueño. Hasta la luna se habrá apagado, pero la noche no es eterna, siempre amanece y tu regreso será mi amanecer.
Un mes sin tu perfume ni tu sonrisa y las mañanas estarán vacías de belleza.
Un mes sin ti será como un año en una prisión, aunque se me permita entrar y salir cuando yo quiera, mi esencia no conocerá la libertad hasta que regreses.
Soy feliz a tu lado y siempre seré fiel a nosotros, nunca importará el resto, nunca nada más influirá en mí,  y que tú también quieras ser feliz a mi lado me hace enorme, el más grande, el hombre más afortunado. Eres la mujer de mi vida, el lucero que guía mi camino. Siempre te respetaré, adoraré y te amaré por el resto de mis días.
Llega la hora de la despedida. Quisiera detener las agujas del reloj. Tu eres mi propósito,  no sé quién soy cuando no estás a mi lado. Grito y mi voz es un eco ausente.  
Clavaría un cuchillo en mis entrañas si hiciera falta para así torcer el rumbo del destino y retenerte en mis brazos sólo unos instantes más.
Te amo con un amor transparente y cálido. Te amo más que a nada en este mundo, más que a mi mismo. Sin ti me siento solo y frío, pequeño e indefenso.
Sin tu amor me siento vacío y sin terminar. Tú me completas.
                                                                                  Por siempre, tuyo y sólo tuyo.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Como un pez



Hoy 21 de septiembre comienza el otoño y tengo una dosis de ansiedad más alta de lo normal. También tengo la sensación claustrofóbica de encontrarme en medio de un túnel largo, oscuro, húmedo y demasiado alejado de la luz. La cabeza embotada, lenta, densa de pensamientos negros y a punto de estallar. Definitivamente, hoy no tengo el mejor de los días, he caído en las redes de las energías negativas, volátiles e invisibles pero presentes a pesar de todo. Ni la presencia del mar ha podido persuadirme de que hoy es un gran día. No, no lo es.



No estoy pisando fuerte por el camino de la vida o por el camino de los sueños. Ando más en el futuro inexistente, con esperanzas apagadas, que en el presente, entre otras cosas porque se me hace más llevadero estar ahí colgado de una ilusión, aunque sea por un instante, por mas imperceptible que sea y dure lo que dure.



Hoy tengo sed de naturaleza, necesidad imperiosa de largarme del gris asfalto y de los altos edificios llenos de balcones sin plantas y de ventanas son flores. Hoy tengo ganas de salir corriendo y perderme en campo magnético del bosque. Cargar pilas, desconectar, huir y respirar con normalidad. Y siento demasiado pesada la falta de libertad que me obliga a permanecer aquí un par de días o de semanas o de meses. Aunque quizá un lustro o dos vidas prestadas.

No son buenas las ataduras para el alma.



Así que aquí estoy poniendo mi brújula en cero una vez más, un poco perdido. La verdad, debo haberme levantado con el pie izquierdo. También pienso que en estos días de transición, entre una estación y otra, se me están estirando demasiado, más de la cuenta, y todo tiene su límite, claro, y el mío ya está a punto de llegar a su nivel máximo.Veitisiete horas y media por día nadie lo soporta.

En definitiva, me siento un poco cargado, estresado, rallado, cansado a nivel mental, que no físico ya que aún puedo caminar de la habitación al baño, a la cocina y al jardín a jugar al ajedrez.
¿Dónde está escondida la magia de los cuentos? Ya no veo fuegos artificiales ni poesía. No veo.

Me siento como un pez fuera del agua, exactamente así.



(Fragmento del mi cuento La Ventana Gris)

domingo, 30 de junio de 2013

Ahora somos cinco





      En aquella autovía en las afueras de la ciudad nos cruzamos por primera vez; yo volvía de mis vacaciones en las islas, luego de haber terminado la facultad, y me sorprendió encontrarte ahí, es más, te vi de reojo por el espejo retrovisor a la vera del camino, parecías desamparada y triste; en cambio yo me sentía entero, intocable, recubierto y protegido por ese manto de seguridad que brinda el estado de bienestar y la armonía consigo mismo y el entorno, halo que me cubrió desde que nací y que nos caracterizó por años.  Yo, uno más, de tantos, del mundo cotidiano, con mi trabajo, mi piso, mi coche nuevo, mis deudas, recorriendo bares y de reunión en reunión y vos, un rumor lejano, una completa desconocida alejada del éxito urbano; pero esa nochevieja te vi nuevamente, ahí, en la plaza, entre la multitud y los fuegos de artificio, fue un instante tal vez, te vi y me miraste, mi novia dijo que me señalaste con el dedo y yo me reí. 
Pasaron los años, pocos, no sé… y otra vez, me esperaste a la salida de aquel teatro, yo iba del brazo de mi flamante esposa y nos seguiste hasta que entramos en el edificio de departamentos. De eso me acuerdo, cerré las ventanas y puse los pasadores en las puertas, esa noche seguiste de largo. ¡Que ilusión! Pensé que te habías ido para siempre. Pero reapareciste después de doce meses, aquel día que salíamos del centro de salud con mi esposa y mi hija, no quitaste tu mirada penetrante de mi cara, te presentí a cada paso, si hasta esperaba que me tocaras el hombro, dudamos si caminar o tomar el autobús, y casi sin darme cuenta te perdí en las sombras del nuevo barrio en las afueras, donde nos habíamos mudado hacía poco tiempo.

Y ahora estás aquí, de nuevo, con más fuerza que nunca, esperándome; intuí tu presencia cuando me despidieron y ahí estabas, en la puerta de la fábrica, me acompañaste a casa en la bicicleta y te sonreíste cuando nosotros los tres, más el bebe recién nacido, lloramos junto a las cartas con facturas, intimaciones y cuentas por pagar que estaban arriba de la mesa. La niña cogió a su hermanito en brazos y lo llevó a su cama, en el único dormitorio de la casa. Mi esposa apagó la hornalla donde se recalentaba la humeante sopa y resignada te hizo un lugar en la mesa. Te sentaste y te ubicaste en la cabecera, tal vez porque siempre lo quisiste, tal vez porque no hubo otra opción. Pero que quede claro, yo nunca te llamé.

Cuando en mitad de la noche, en ese frío dormitorio, me desperté gritando con el corazón desbocado; “yo no tengo la culpa, yo no tengo la culpa…” y te vi en medio de esas paredes sin revocar, no lo podía creer, no sabía si eras una pesadilla o qué, pero ahí estabas…, quizás el subconsciente que se liberó después de tanto negarlo, quizás los deseos de que sólo fueras un mal sueño… No. ¿Cuántos NO hubo en mi vida?, los suficientes para ocultar la realidad, pero ya no la puedo seguir negando, será por eso que hoy vives con nosotros… pobreza.

martes, 25 de junio de 2013

El Castillo




Centenarios bloques de piedra, amenazantes murallas y elevadas torres. Un vetusto puente levadizo y un foso atestado de hambrientos cocodrilos. En el patio de armas manzanas de colores y en el jardín, conejos y rosas sin espinas. Amenazantes murallas que gritan, ventanales que lloran y cuadros de mazapán que sonríen. Suelos rocosos, mohosos y trufados. Rincones azucarados. El salón del trono. ¡Un baile de princesas! Reyes, príncipes y espadas de oro blanco. Blancanieves, la madrastra y una manzana. Amores secretos. Cuerpos sudados. Besos robados, escondidos entre los unicornios. Suena una flauta dulce y Aladino me lleva de su mano. Pasadizos, antorchas y volutas de chocolate negro. Hadas y brujas que cocinan, trolls y gnomos que comen. Corredores llenos de manzanas cubiertas con almíbar viscoso, chorreante y tibio. Mazmorras. Aladino me deja, desaparece en su lámpara. Rejas, cucharas y manzanas. Cuerpos encerrados, gritos, lamentos. Pasos decididos, pasos sonoros. Cadenas que se arrastran, llaves que se mueven, puertas que se abren… manzanas que desfilan. 
Manzanas. 
Mamá. 
Manzanas.

-¡Mamááááá, tengo hambre! ¡Despertate! ¿Me rallás una manzana?

jueves, 13 de junio de 2013

Carta



                                                                                          En algún lugar de Los Pirineos, enero de 1998.

Martina:

El padre Duilio me sugirió que te escribiera y plasmara en un papel todo lo no pudimos hablar en su momento. Dice que debo sincerarme contigo de una vez por todas, que así me voy a sentir más aliviada. No creo en sus palabras, pero voy a intentarlo. Ya no tengo nada que perder, mi alma está tan oscura como las manchas que cubren mi castigada piel.

A dieciocho años de la tragedia que enlutó nuestras vidas, me encuentro sola y llena de cables en una cama de hospital. Los fuertes dolores me obligan a quedarme acostada todo el día y ya casi no tengo fuerzas ni para escribir. La degradación de la carne debería venir acompañada por la degradación mental. Creo que sólo de esa forma podría evitar pensamientos y sufrimientos innecesarios, pero en mi caso no lo es. Estoy lúcida todo el tiempo y eso me aterra mucho más que la propia enfermedad.

Aquel lluvioso día en que discutimos los tres tuve muchas ganas de matarte. Te pido perdón por no haber tenido el suficiente coraje y valor para hacerlo. Hubiera hecho justicia. El cuchillo estaba ahí, al alcance de mi mano, pero dudé y otra vez, como tantas, te creí y desobedecí mis impulsos. Grave error de mi parte. Te subestimé. No imaginé que serías capas de tanto. Así fue que dejé que ustedes siguieran gritando y volví a casa llorando; resignada y humillada.

Pasó el tiempo y cuando miré por la ventana y te vi arrastrando el cuerpo de tu amante por el barro, dejé mi orgullo, mi bronca y mi impotencia de lado y salí corriendo para ayudarte. ¡Qué mal que estabas! Te entregué a Fernandito para que lo pusieras a salvo de todo ese espanto de muerte y agua y te fueras con él al centro de evacuados. ¡Qué tonta fui! ¡Cómo me engañaste otra vez y cómo te habrás reído! Aquellas horas, ¿cuántas; tres, cinco? que estuve velando el cuerpo sin vida de mi marido hasta que se lo llevaron, fueron suficientes para que huyeras y nunca más volviera a verlos. Mientras los buscaba casa por casa, desgarrada por la angustia y el dolor, recordé cuando lo habías amenazado de muerte si te dejaba. Y cumpliste tu amenaza empujándolo al río. Aquella imagen de Jorge a los manotazos, aferrándose a la vida, tragando agua y lodo aún me atormenta todas las noches. A él lo perdoné y lo liberé, pero a ti, jamás.

Nunca dejé de buscarlos, removí cielo y tierra y ahora que los encontré, no tengo fuerzas para seguir peleando. Pero ganaste una batalla, no la guerra. No pude demostrarle al juez que te robaste mi hijo y mataste a su padre. Sí, sos una asesina y una ladrona. Pero sólo bastará que algún día Fernando visite el cementerio del pueblo y pregunte por su padre. Lamento no poder estar para verlo.

No olvides lo que decía de doña Carmen, que las mentiras tienen las patas muy cortas. En algún momento esta carta llegará a manos de Fernando y la leerá, y sabrá toda la verdad. Será el comienzo de tu fin.  Seguramente yo estaré muerta. Hasta esa suerte vas a tener. Pero te voy a estar vigilando desde arriba. Para que pagues, y lo vas a pagar con creces. Leí una vez en un libro que en la vida nada es gratis y que todo lo que se recibe del destino tiene escrito un precio secreto. Sólo hay que esperar a que pase el cobrador. Y te está golpeando la puerta. Reconozco que siempre fuiste muy astuta y también la más vil, sucia e hipócrita de las dos. Pero se acabó.

Sin más y a la espera de que ésta revulsiva tortura que me carcome las entrañas se termine pronto, aprovecho para pedirte un último favor; saluda a mi hijo de parte de su verdadera madre.

Tu hermana que te odia.

Blanca.
(Fragmento de la obra de teatro Carta de Lumbier, libro; La Silla Vacía, editado por Lulu, año 2008)

viernes, 31 de mayo de 2013

Incompleta





Era una brillante y soleada mañana verano. El agua estaba tibia y en calma.
Los pescadores cantaban y limpiaban sus redes. Los niños jugaban en la arena, mientras las madres disfrutaban de las travesuras de los más pequeños, que recién comenzaban a caminar.
Vida, armonía y unidad.
Una paloma sobrevoló la aldea con una rama de olivo en su pico.
Llegaron las primeras nubes y el cielo se puso negro, amenazante. Un relámpago iluminó la silueta de un barco en el horizonte y un trueno ensordecedor hizo temblar las cabañas.
La profecía tenía razón. Para completar felicidad de los hombres, Dios llegaba desde el mar.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Siete llaves








Siete maderas, siete machos y siete hembras.
Siete lluvias, siete mares y siete noches.
El sol, los hijos del hijo y un altar.
Las uvas, el agua y el pan.
Mi palabra, sus cuerpos y sus almas 
y las siete llaves para los siete cielos.

martes, 14 de mayo de 2013

El Titiritero (cuento corto)








Era él, sí, el mismo de la fotografía. Alto, grande, de prominente nariz y pelo negro. Sin decir una palabra se acercó, me agarró con fuerza y me quitó la ropa. Derramó sobre mi torso desnudo un aceite tibio, pesado y viscoso con aroma a lavanda.

Sus dedos, manejados con sabía maestría y destreza, como si estuvieran moldeando una  escultura de porcelana fría, estiraron mi nívea y transparente piel, flexionaron delicadamente mis articulaciones y penetraron en lo más profundo de mí ser, produciendo un deleite y un goce constante en cada partícula de mí anatomía.

Sus manos, callosas y ásperas, me masajearon desde los pies y hasta la cabeza, pasando por cuanta cavidad o protuberancia encontraron a su paso. No puse ninguna resistencia

sólo me dejé llevar por ese torrente de energía pegajosa que subía y bajaba por todo mi cuerpo. Respiré hondo y me relajé, sentí como que expiraba el alma por la boca. 

¡Qué inigualable y extraordinaria experiencia! Sin dudas aquel hombre era muy especial. Realizó los últimos movimientos con tanto cuidado que pude palpar mi propia fragilidad. Cuando terminó, me tapó con una ligera sábana de hilo egipcio, atenuó la luz de la dicroica y se fue. El folleto informativo decía la verdad; “Servicio Premium”.

Distendida y con la mente en blanco, me encontraba muy bien, levitaba entre nubes de algodón en aquel recinto deliciosamente oscuro, silencioso, algo húmedo y con un fuerte aroma a lavanda, pero saludable y acogedor. 

Me desperté cuando alguien abrió la puerta, era él nuevamente. Retiró la sábana y me agarró otra vez entre sus voluminosas manos, noté que la maniobra era compleja y percibí sus músculos palpitantes y tensos. Me vistió, me incorporó y me alzó en sus brazos. Con un solo movimiento acomodó mi cabeza sobre su nervudo bíceps, levantó un poco más mis piernas, colocó su palma debajo de mis nalgas y me llevó, no muy lejos, a otro cuarto, más amplio, más aireado y concurrido.

Las vueltas que da la vida; mientras me llevaba en andas por los pasillos no pude evitar reírme, la escena me hizo acordar a mi accidentada noche de bodas. Él no se dio cuenta.

Me acomodó en una camilla acolchada, confortable y cubierta de pétalos de rosas. Tuve la sensación de que flotaba en un jardín. El aroma a lavanda se hizo más intenso, pero el perfume de las rosas lo balanceaba. Sentí presencias a mí alrededor, no estaba sola en esa habitación, había otras como yo. Aquello no me gustó. No sé porque cuando contrate el servicio creí que sería la única. ¡Qué ilusa, si vienen todas! Están calladitas, pero están y seguramente él les hizo lo mismo que a mí.

Inmediatamente deseché esa idea y pensé en esas gruesas manos, ¡cuánto gusto, cuánto regocijo! y visualizando esos dedos de titiritero, que están todo el día moviendo hilos, me quedé dormida. Cuando desperté estaba en otro cuarto. Las voces masculinas me desorientaron. Esta vez eran ellos los que hablaban entre sí y en voz alta. Llegué a pensar que el fibroso masajista se había equivocado y me había llevado a otro lugar sin darse cuenta, claro, con tanto trabajo se confundió, a cualquiera le puede pasar. Pero no. Luego de unos minutos me di cuenta de que era el último paso del tratamiento. “La sala azul es mixta”, decía el folleto. Así que dejé mi enojo de lado y me dispuse a escuchar. Todos hablaban de lo mismo, enumeraban las características y cualidades que debían tener ellas para estar a su lado. Tampoco exigían mucho, sabían perfectamente que la elección que les tocaba en suerte era inapelable y para toda la vida, pero bueno, soñaban y eso no les costaba nada.

Los miré de reojo, uno por uno, todos eran bien parecidos, robustos y magníficos. Ellos se dieron cuenta de mi presencia y bajaron el tono de voz. Tengo que admitir que la situación me provocó un calor sofocante que recorrió mis entrañas con la velocidad de un rayo, y estuvo acompañada por esa maravillosa sensación adolescente de mariposas aleteando en el estómago. “¿Estará el mío entre ellos?”.

Hubo uno que continuó hablando como si nada pasara: “Yo no pido mucho. Me gustaría que sea sensual, de labios gruesos, pechos pequeños y piernas largas. Que tenga buen corazón y que sienta en su interior que los dos somos uno, aunque seríamos dos, independientes, pero complementarios, viviríamos siempre juntos una dentro del otro. No sé si me explico.  Creo que si encontrara alguien así, estaría muy bien. Con eso me conformo”.

El comentario me causó mucha gracia. “Esa soy yo” pensé. Y mientras hacía un esfuerzo para oír lo que decían los otros, el fibroso masajista ingresó a la sala, encendió las luces y sin perder tiempo me los trajo a todos, uno por uno los fue colocando a mis pies.

Por su actitud deduje que quería acabar pronto y marcharse. Yo estaba excitadísima y esta vez, él se dio cuenta; me miró, me levantó y me probó boca arriba; en uno estaba incómoda, el otro era corto, el otro era muy estrecho y me apretaba los codos. Hasta que me introdujo en ese cajón que había hablado y ¡Sí! Fue una sensación indescriptible. Nada más entrar sentí que se ajustaba a mí a la perfección y que ansiaba quedarme ahí para siempre. Entonces comprendí que era la muerta más feliz del mundo.  

O.M.

martes, 30 de abril de 2013

Ventanas







El que desde afuera mira por una ventana abierta, nunca ve tantas
 cosas como el que mira una ventana cerrada. No hay objeto más
 profundo, más misterioso, más fecundo, más tenebroso, más
 deslumbrador, que una ventana iluminada por una vela. Lo que se puede
 ver al sol, siempre es menos interesante que lo que pasa detrás de un
 vidrio. En aquel agujero negro o luminoso vive la vida, sueña la vida,
 padece la vida.

Mas allá de las olas de los tejados, veo una mujer, madura y arrugada
 ya, pobre, inclinada siempre sobre algo, sin salir nunca. Con su
 rostro, con su vestido, con su gesto, con casi nada, he reconstruido
 la historia de aquella mujer, o, mejor, su leyenda, y a veces me la
 cuento a mí mismo llorando.

Si hubiera sido un pobre viejo, yo hubiese reconstruido la suya con la
 misma facilidad.

Y me acuesto, orgulloso de haber vivido y padecido en seres distintos de mí.

Acaso me digáis: "¿Estás seguro de que tal leyenda sea la verdadera?"
 ¿Qué importa lo que pueda ser la realidad colocada fuera de mí si me
 ayudó a vivir, a sentir que soy y lo que soy?

CHARLES BAUDELAIRE

 Fotografía; Casa Rossell, Ordino, Principado de Andorra.

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