- ¡Me dono integra!
- ¿Qué estás diciendo?, no me hagas reír… -dijo Mora
sorprendida.
- Sí, como escuchaste. Estoy rendida a sus pies. Quiero un
hijo de él y te aseguro que lo voy a tener.
- Ana… por favor. Ya no sabes que hacer para llamar su
atención. Parece que vivir un tiempo afuera no te hizo muy bien. ¡Qué cambiada
estás!
- La gente no cambia, modifica hábitos. -dijo Ana sonriendo-
Y dos años no es mucho tiempo.
- En dos años pueden pasar muchas cosas, buenas y malas.
- El tiempo no significa nada. Estoy enamorada y punto –dijo
Ana mientras sacaba un cigarrillo de la cartera.
- ¿Y pensás que donarte a él, es el camino correcto para
retenerlo?
- No lo sé. Ni me importa. Es lo que siento.
- No te entiendo -dijo Mora-. Y no fumes que me hace daño.
- Yo soy así, sin condiciones ni secretos.
- Anita querida… estás perdiendo la poca dignidad que te
quedaba.
- Para que sirve la dignidad si no puedo ser feliz ¿eh?
- No me vengas con planteos filosóficos de feria. Sabes muy
bien a que me refiero.
- No Mora, no lo sé. Explicámelo.
- Lo que intento decirte es que… no podés ponerte un moño en
la cabeza y regalarte o donarte, como quieras llamarlo, a un hombre así -Mora
dejó de hablar y la miró fijo, luego continuó-. Así como así, a cuatro semanas
de haberlo conocido.
- No me estoy regalando. Me quiere y lo quiero.
- ¡Qué seguridad! Ana por favor. Habló la voz de la
experiencia. ¿Y cómo sabés que te quiere?
- Porque me lo dijo -respondió Ana encendiendo el
cigarrillo.
- Palabras… son sólo palabras que se las lleva el viento. Cosas
que se dicen en un momento de placer, de calentura y nada más. Abrí los ojos…
¿No te das cuenta?
- ¿De qué? -preguntó Ana exhalando el humo de la primera
pitada.
- ¡Qué te engaña con cuanta mujer se le cruza en el camino! ¡Vamos!
No hay peor ciego que el que no quiere ver –dijo Mora mirándola fijamente-. ¿No
te das cuenta o no te querés dar cuenta?
- ¿Qué parte de l o a m o, no entendés?
- Amor… Encuentros al paso que no te dejan nada. Formas que
se mueven, cuerpos que se funden, fluidos que se mezclan -dijo Mora mientras
gesticulaba con sus manos-. Te das vuelta y no se cae nada, estás vacía. Hoy un
juramento, mañana una traición y si te he visto no me acuerdo.
- Algo es algo ¿no? Peor vos, que el único que tuviste se te
fue…
- Sí -respondió Mora abatida-. Tenés razón. Me dejó y fue.
Dicen que no hay mal que por bien no venga.
- Mora. Disculpame, no quise…
- No te hagas problema. Estoy acostumbrada.
- Perdóname. ¿Sí? -dijo Ana cambiando el tono de voz-. Con
esa panza pareces un dirigible a punto de explotar.
- Apoyá tu mano y sentilo. Se está moviendo.
- Es verdad, está como… inquieto –dijo Ana con la mano
apoyada sobre la panza de Mora.
- Mamá siempre me decía, “si tu hermana te ataca, tenés que
defenderte”. Pero te quiero y deseo lo mejor para ti.
- Entiendo que quieras protegerme -Ana retira su mano de la
panza de Mora y ambas siguen caminando-. Y te agradezco, pero te aseguro que
puedo hacerlo sola. Amo a Roberto y estoy completamente segura que él también a
mí. Me habló de casamiento y de irnos a vivir juntos a su casa. Podés venir a
visitarnos cuantas veces quieras, mi casa es tu casa y yo también quiero ver
crecer a mi sobrino.
- Gracias por la invitación hermanita. Pero no. –dijo Mora
mientras le hacia señas a un taxi para que se detenga.
- No te vayas –dijo Ana, agarrándola del brazo.
- Soltame Ana. Saluda de mi parte a mi futuro cuñado –dijo
Mora mientras se subía al taxi-. No será el primero ni el último en cumplir con
ambas hermanas la función de padre. Adiós.
Ana se quedó parada inmóvil en medio de la vereda, mirando
el taxi que se alejaba.