La vida en un pueblo tiene otro ritmo, es más sosegada, menos densa, parece que se estira más y más, que se disfruta con más intensidad, o al menos esa es mi sensación.
Una de las cosas que me encanta hacer cuando visitamos
pueblos en la montaña es irme de restaurante, pero un restaurante especial, en
un entorno privilegiado, con música de fondo tipo pájaros cantando y ramas de
árboles agitadas por el viento. Los restaurantes donde suelo ir son muy
modernos, se come con mantel pero sin mesa, en el suelo, sobre la hierba, no
hay camareros, es buffet libre y la bebida es natural, de manantial, corre
entre las piedras y el aire que se respira es limpio y puro. No suele haber
muchos clientes interesados, por lo que a menudo solemos disfrutar de todo para
nosotros. Tienen parkings con numerosas plazas libres. Encima este tipo de
restaurantes permiten hacer la siesta, hay lugares habilitados para ello. Sólo
tienen una norma, quien no esté dispuesto a cumplirla no debería de ir:
"Dejar todo tal y como se encuentra, o mejor si cabe, como si no se
hubiera pasado por ahí".
En esta ocasión
elegimos uno ubicado en Cerdanya. Allí hay un pueblo, Bellver de Cerdanya y
junto al pueblo se extiende un campo lleno colinas y de pinares hasta donde se
pierde la vista. Así que, llegamos allí, nos acomodamos donde nos vino bien,
mitad sol, mitad sombra, tuvimos una comida muy agradable y después nos
tumbamos a la bartola, abandonándonos a las sensaciones, a las buenas
vibraciones que nos transmitía el sitio en sí, con una panorámica preciosa del
pueblo, del valle y de Los Pirineos con sus nieves eternas. Pues eso,
restaurante de seis tenedores, de lujo, pero de lo más económico, lo que yo
digo, se puede ser feliz con muy poco, o con mucho, depende, porque no deja de
ser un privilegio poder disfrutar de la naturaleza en todo su esplendor.
Bellver de Cerdanya
No hay comentarios:
Publicar un comentario