lunes, 11 de noviembre de 2013

Moño en la cabeza



- ¡Me dono integra!
- ¿Qué estás diciendo?, no me hagas reír… -dijo Mora sorprendida.
- Sí, como escuchaste. Estoy rendida a sus pies. Quiero un hijo de él y te aseguro que lo voy a tener.
- Ana… por favor. Ya no sabes que hacer para llamar su atención. Parece que vivir un tiempo afuera no te hizo muy bien. ¡Qué cambiada estás!
- La gente no cambia, modifica hábitos. -dijo Ana sonriendo- Y dos años no es mucho tiempo.
- En dos años pueden pasar muchas cosas, buenas y malas.
- El tiempo no significa nada. Estoy enamorada y punto –dijo Ana mientras sacaba un cigarrillo de la cartera.
- ¿Y pensás que donarte a él, es el camino correcto para retenerlo?
- No lo sé. Ni me importa. Es lo que siento.
- No te entiendo -dijo Mora-. Y no fumes que me hace daño.
- Yo soy así, sin condiciones ni secretos.
- Anita querida… estás perdiendo la poca dignidad que te quedaba.
- Para que sirve la dignidad si no puedo ser feliz ¿eh?
- No me vengas con planteos filosóficos de feria. Sabes muy bien a que me refiero.
- No Mora, no lo sé. Explicámelo.
- Lo que intento decirte es que… no podés ponerte un moño en la cabeza y regalarte o donarte, como quieras llamarlo, a un hombre así -Mora dejó de hablar y la miró fijo, luego continuó-. Así como así, a cuatro semanas de haberlo conocido.
- No me estoy regalando. Me quiere y lo quiero.
- ¡Qué seguridad! Ana por favor. Habló la voz de la experiencia. ¿Y cómo sabés que te quiere?
- Porque me lo dijo -respondió Ana encendiendo el cigarrillo.
- Palabras… son sólo palabras que se las lleva el viento. Cosas que se dicen en un momento de placer, de calentura y nada más. Abrí los ojos… ¿No te das cuenta?
- ¿De qué? -preguntó Ana exhalando el humo de la primera pitada.
- ¡Qué te engaña con cuanta mujer se le cruza en el camino! ¡Vamos! No hay peor ciego que el que no quiere ver –dijo Mora mirándola fijamente-. ¿No te das cuenta o no te querés dar cuenta?
- ¿Qué parte de l o  a m o, no entendés?
- Amor… Encuentros al paso que no te dejan nada. Formas que se mueven, cuerpos que se funden, fluidos que se mezclan -dijo Mora mientras gesticulaba con sus manos-. Te das vuelta y no se cae nada, estás vacía. Hoy un juramento, mañana una traición y si te he visto no me acuerdo.
- Algo es algo ¿no? Peor vos, que el único que tuviste se te fue…
- Sí -respondió Mora abatida-. Tenés razón. Me dejó y fue. Dicen que no hay mal que por bien no venga.
- Mora. Disculpame, no quise…
- No te hagas problema. Estoy acostumbrada.
- Perdóname. ¿Sí? -dijo Ana cambiando el tono de voz-. Con esa panza pareces un dirigible a punto de explotar.
- Apoyá tu mano y sentilo. Se está moviendo.
- Es verdad, está como… inquieto –dijo Ana con la mano apoyada sobre la panza de Mora.
- Mamá siempre me decía, “si tu hermana te ataca, tenés que defenderte”. Pero te quiero y deseo lo mejor para ti.
- Entiendo que quieras protegerme -Ana retira su mano de la panza de Mora y ambas siguen caminando-. Y te agradezco, pero te aseguro que puedo hacerlo sola. Amo a Roberto y estoy completamente segura que él también a mí. Me habló de casamiento y de irnos a vivir juntos a su casa. Podés venir a visitarnos cuantas veces quieras, mi casa es tu casa y yo también quiero ver crecer a mi sobrino.
- Gracias por la invitación hermanita. Pero no. –dijo Mora mientras le hacia señas a un taxi para que se detenga.
- No te vayas –dijo Ana, agarrándola del brazo.
- Soltame Ana. Saluda de mi parte a mi futuro cuñado –dijo Mora mientras se subía al taxi-. No será el primero ni el último en cumplir con ambas hermanas la función de padre. Adiós.
Ana se quedó parada inmóvil en medio de la vereda, mirando el taxi que se alejaba.

2 comentarios:

Hisae dijo...

¡Qué bueno! ¡Qué final tan inesperado! Me encantó el relato, querido Omar...

Omar Magrini dijo...

Hola, Hisae, me alegro que te haya gustado el relato.
Continuamos con los finales inesperados!
Un abrazo!

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