Habíamos quedado que la reunión sería el día miércoles, con almuerzo incluido y a la tardecita; taza, taza cada uno para su casa. Y así fue.
El lugar; la casa de fin de semana de Elena, compañera del Seminario de Narrativa de la universidad de Comillas, en Becerril de la Sierra, un encantador paraje serrano, lleno de pino, abetos y chopos a 50 km al norte de Madrid, muy cerca de Navacerrada.
Almudena y yo fuimos en bus, salimos desde Moncloa y en 50 minutos estuvimos en la casa de Elena. Felipe y Amparo fueron en auto y llegaron antes que nosotros.
Al margen de que me toco hacer el “asadito”, por el tamaño de la parrilla (barbacoa para los españoles) lo hicimos en dos partes, la primera tanda; unos chorizos y cuando sacamos los chori, pusimos las costeletas/bifes/filetes, de carne de vaca, que se hicieron a fuego lento mientras comíamos la picada con unas cervecitas y un tinto de verano.
Nos reímos y hablamos de libros, de autores, de escritos, de trabajos prácticos, de proyectos, del futuro libro que vamos a sacar entre todos y demás cosas que se dicen en una reunión de compañeros de un seminario de escritura.
Pero, pero… lo que voy a rescatar (y tratar de transcribir) de todas las charlas que tuvimos, fueron unos comentarios de Amparo sobre su hijo Álvaro de cuatro (4) añitos y su hija Sol de añito y medio. (Amparo está casada con un financista, tienen una holgada posición económica, viven en una urbanización en las afueras de Madrid, con cancha de golf y canchas de tenis con todos los servicios. Vaya lujo!)
Mudos nos quedamos todos cuando comenzó a hablar de su hijo y de como se niega sistemáticamente a jugar a la pelota y al tenis y al golf con los otros niños de la urbanización. Tanto ella, como su marido, llevan a Álvaro al área de juegos donde están los otros niños y él no quiere, se larga a llorar y quiere irse. Amparo siguió con su soliloquio, contó que estaban un tanto perplejos con el extraño comportamiento de su hijo; porque Álvaro no solo se niega a jugar, sino que cuando caminan por los jardines de la urbanización se siente feliz y se detiene a cada paso a observar una flor, una planta, una hormiga o un pájaro. Y como si esto fuera poco, les pide constantemente que le pongan programas de documentales de animales y de lo mejor que está mirando, se larga a llorar si el documental muestra un león que se come una cebra u otro animal.
Ninguno en la mesa dijo nada. Solo atinamos a escuchar atentos.
Al ver que nadie comentaba nada, siguió hablando de su hijo y puso como ejemplo el comportamiento de su hija, que con un añito y medio agarraba la pelota y jugaba en el jardín en total contraste con la conducta nada lúdica de su hermano. Esa situación más los desconcertaba todavía y no sabían que hacer o a quien recurrir para que los ayudaran. Es más tuve la impresión que pedía a gritos consejos de cómo seguir adelante con esa situación.
Yo, me llame a silencio y no dije nada. Pero los demás integrantes de la sobremesa le dijeron que tendrían que consultar a un profesional ya que él tendría la respuesta adecuada para darles.
Amparo, con los ojos rojos y brillantes, dijo que muchas gracias por haberla escuchado y por el consejo, que quizá harían eso, hablar con un profesional. Luego de un prolongado silencio cambió de tema y todos seguimos hablando de libros.
A mediados de septiembre comenzamos el 2do. año de seminario, seguramente algo dirá. Los voy a mantener al tanto.
El lugar; la casa de fin de semana de Elena, compañera del Seminario de Narrativa de la universidad de Comillas, en Becerril de la Sierra, un encantador paraje serrano, lleno de pino, abetos y chopos a 50 km al norte de Madrid, muy cerca de Navacerrada.
Almudena y yo fuimos en bus, salimos desde Moncloa y en 50 minutos estuvimos en la casa de Elena. Felipe y Amparo fueron en auto y llegaron antes que nosotros.
Al margen de que me toco hacer el “asadito”, por el tamaño de la parrilla (barbacoa para los españoles) lo hicimos en dos partes, la primera tanda; unos chorizos y cuando sacamos los chori, pusimos las costeletas/bifes/filetes, de carne de vaca, que se hicieron a fuego lento mientras comíamos la picada con unas cervecitas y un tinto de verano.
Nos reímos y hablamos de libros, de autores, de escritos, de trabajos prácticos, de proyectos, del futuro libro que vamos a sacar entre todos y demás cosas que se dicen en una reunión de compañeros de un seminario de escritura.
Pero, pero… lo que voy a rescatar (y tratar de transcribir) de todas las charlas que tuvimos, fueron unos comentarios de Amparo sobre su hijo Álvaro de cuatro (4) añitos y su hija Sol de añito y medio. (Amparo está casada con un financista, tienen una holgada posición económica, viven en una urbanización en las afueras de Madrid, con cancha de golf y canchas de tenis con todos los servicios. Vaya lujo!)
Mudos nos quedamos todos cuando comenzó a hablar de su hijo y de como se niega sistemáticamente a jugar a la pelota y al tenis y al golf con los otros niños de la urbanización. Tanto ella, como su marido, llevan a Álvaro al área de juegos donde están los otros niños y él no quiere, se larga a llorar y quiere irse. Amparo siguió con su soliloquio, contó que estaban un tanto perplejos con el extraño comportamiento de su hijo; porque Álvaro no solo se niega a jugar, sino que cuando caminan por los jardines de la urbanización se siente feliz y se detiene a cada paso a observar una flor, una planta, una hormiga o un pájaro. Y como si esto fuera poco, les pide constantemente que le pongan programas de documentales de animales y de lo mejor que está mirando, se larga a llorar si el documental muestra un león que se come una cebra u otro animal.
Ninguno en la mesa dijo nada. Solo atinamos a escuchar atentos.
Al ver que nadie comentaba nada, siguió hablando de su hijo y puso como ejemplo el comportamiento de su hija, que con un añito y medio agarraba la pelota y jugaba en el jardín en total contraste con la conducta nada lúdica de su hermano. Esa situación más los desconcertaba todavía y no sabían que hacer o a quien recurrir para que los ayudaran. Es más tuve la impresión que pedía a gritos consejos de cómo seguir adelante con esa situación.
Yo, me llame a silencio y no dije nada. Pero los demás integrantes de la sobremesa le dijeron que tendrían que consultar a un profesional ya que él tendría la respuesta adecuada para darles.
Amparo, con los ojos rojos y brillantes, dijo que muchas gracias por haberla escuchado y por el consejo, que quizá harían eso, hablar con un profesional. Luego de un prolongado silencio cambió de tema y todos seguimos hablando de libros.
A mediados de septiembre comenzamos el 2do. año de seminario, seguramente algo dirá. Los voy a mantener al tanto.