lunes, 25 de noviembre de 2013

El síndrome Genovese



Haciendo limpieza de la biblioteca, encontré una carpeta con notas periodísticas y recortes de diarios de variados temas, entre todos ellos había una extensa nota que me llamo la atención; El caso Genovese, aquí un pequeño resumen;
En 1964, Kitty Genovese fue asaltada en plena calle y apuñalada hasta morir.
La joven se dirigía a su apartamento en el neoyorquino barrio de Queens, cuando se convertía en víctima de un asesino en serie.
En pleno ataque, el asesino se escabulló, ante el paso de un transeúnte, pero volvió inmediatamente para rematar a Kitty.
Al día siguiente del suceso, la prensa contó que el asalto a Kitty Genovese había durado más de 30 minutos.
Al menos, 38 personas presenciaron el ataque. Nadie llamó a la policía. Nadie intervino ni hizo nada por ayudarla.
Con el paso del tiempo este hecho se convertiría en un clásico de estudio de la psicología social.
¿Cómo se explica el comportamiento de esos testigos? ¿Qué pasó con esa gente, estaban adormecidos?
Experimentos sociológicos han terminado por definir el "síndrome Genovese" o "efecto del transeúnte testigo".
La inacción es compartida y suele ser contagiosa ante una situación de emergencia.
La responsabilidad de la intervención inmediata se traspasa, se delega. Si nadie está haciendo nada, es porque ya se ha hecho o porque no se puede hacer nada. Aunque haya quienes piensan en filmarlo para you tube.
Cuantos más testigos, menos probabilidades hay de que alguien tome la decisión de intervenir, ¿pero por qué? ¿por miedo ¿a qué?
El síndrome Genovese aparece en situaciones de peligro, fortuitas, especialmente radicadas en zonas urbanas, donde el individuo no puede descifrar correctamente lo que está ocurriendo.
Algunos artículos periodísticos decían que durante el ataque a Kitty Genovese, la mayoría de los testigos no veían lo que estaba ocurriendo y sí se produjo al menos una llamada a la policía.
Pero su dramatismo -el hecho de que suceda en plena calle ante decenas de personas- ha definido y explicado a la perfección un síndrome que los estudiosos de los comportamientos sociales han diagnosticado en varias ocasiones.
La situación de peligro disuade aún más de la intervención, diagnóstico evidente de esas responsabilidades transferidas por el inconsciente. Casi siempre este síndrome irrumpe, sobre todo, en sociedades y grandes urbes, muy preocupadas por la seguridad personal.
"El efecto del testigo transeúnte consiste en presenciar lo que está ocurriendo y no ser capaz de entenderlo y no actuar en consecuencia. Es la desconfianza ante los extraños y lo extraño, elevada a la enésima potencia, concluyendo que resolver una situación de emergencia es problema de otros."  Concluia el artículo
¿Han visto o sentido últimamente el síndrome Genovese, la responsabilidad delegada o el efecto testigo transeúnte?
En realidad, no tiene que ver necesariamente con una situación violenta en la calle,
podría consistir en leer las noticias, contemplar la injusticia política, económica y judicial; una dosis diaria, de manera clara y palpable y en nuestras propias narices
y cerca de nuestras puertas.
Deseo de todo corazón que mañana no nos toque a nosotros.

sábado, 16 de noviembre de 2013

Volver a la bicicleta!



La usé mucho cuando era pequeño. Aún recuerdo la cantidad de golpes que me di mientras aprendía a andar en bici (y después también), más de una vez llegué a mi casa lleno de moretones y con las rodillas sangrando luego de una tarde de bicicleteadas con mi amigos de aquí para allá, mi madre me miraba y yo solito iba al baño a ducharme y a ponerme algo en esas rodillas que ya estaban bastante machucadas por los golpes y las caídas.
Hoy, después de algunos añitos!! Jajajaja, reivindico el uso de la bicicleta, es el mejor medio de movilidad que hay, a saber;

- Andar en bicicleta media hora diaria te ayuda a mantener el peso adecuado al quemar unas 400 calorías aproximadamente, según los expertos.
- Te ayuda a mantenerte sano.
- No contaminás.
- Consigues una musculatura firme sobre todo en abdomen, glúteos y piernas.
- También ayuda a tonificar los brazos al estirarlos.
- Combates el estrés al pasear al aire libre y te permite desconectar de las presiones y rodearte de pensamientos positivos. Después del trabajo salir a andar en bici para mi es lo mejor.
- 20 minutos al día de pedaleo y tú cuerpo estimula las defensas ayudándote a combatir enfermedades.
- Reduces a la mitad el riesgo de sufrir un infarto, previene el desgaste de las articulaciones, aminora la ansiedad, alarga la vida...
- La palabra "atasco" sencillamente no existe ni te afecta.
- No tienes problemas de aparcamiento y encima moverte te resulta completamente gratis.
(Y no lo digo yo, también los especialistas)

Así que, en la medida de lo posible, ¡chau coche, bus y metro; a usar la bicicleta!
¡Cómo vamos cambiando los hábitos según pasan los años!

lunes, 11 de noviembre de 2013

Moño en la cabeza



- ¡Me dono integra!
- ¿Qué estás diciendo?, no me hagas reír… -dijo Mora sorprendida.
- Sí, como escuchaste. Estoy rendida a sus pies. Quiero un hijo de él y te aseguro que lo voy a tener.
- Ana… por favor. Ya no sabes que hacer para llamar su atención. Parece que vivir un tiempo afuera no te hizo muy bien. ¡Qué cambiada estás!
- La gente no cambia, modifica hábitos. -dijo Ana sonriendo- Y dos años no es mucho tiempo.
- En dos años pueden pasar muchas cosas, buenas y malas.
- El tiempo no significa nada. Estoy enamorada y punto –dijo Ana mientras sacaba un cigarrillo de la cartera.
- ¿Y pensás que donarte a él, es el camino correcto para retenerlo?
- No lo sé. Ni me importa. Es lo que siento.
- No te entiendo -dijo Mora-. Y no fumes que me hace daño.
- Yo soy así, sin condiciones ni secretos.
- Anita querida… estás perdiendo la poca dignidad que te quedaba.
- Para que sirve la dignidad si no puedo ser feliz ¿eh?
- No me vengas con planteos filosóficos de feria. Sabes muy bien a que me refiero.
- No Mora, no lo sé. Explicámelo.
- Lo que intento decirte es que… no podés ponerte un moño en la cabeza y regalarte o donarte, como quieras llamarlo, a un hombre así -Mora dejó de hablar y la miró fijo, luego continuó-. Así como así, a cuatro semanas de haberlo conocido.
- No me estoy regalando. Me quiere y lo quiero.
- ¡Qué seguridad! Ana por favor. Habló la voz de la experiencia. ¿Y cómo sabés que te quiere?
- Porque me lo dijo -respondió Ana encendiendo el cigarrillo.
- Palabras… son sólo palabras que se las lleva el viento. Cosas que se dicen en un momento de placer, de calentura y nada más. Abrí los ojos… ¿No te das cuenta?
- ¿De qué? -preguntó Ana exhalando el humo de la primera pitada.
- ¡Qué te engaña con cuanta mujer se le cruza en el camino! ¡Vamos! No hay peor ciego que el que no quiere ver –dijo Mora mirándola fijamente-. ¿No te das cuenta o no te querés dar cuenta?
- ¿Qué parte de l o  a m o, no entendés?
- Amor… Encuentros al paso que no te dejan nada. Formas que se mueven, cuerpos que se funden, fluidos que se mezclan -dijo Mora mientras gesticulaba con sus manos-. Te das vuelta y no se cae nada, estás vacía. Hoy un juramento, mañana una traición y si te he visto no me acuerdo.
- Algo es algo ¿no? Peor vos, que el único que tuviste se te fue…
- Sí -respondió Mora abatida-. Tenés razón. Me dejó y fue. Dicen que no hay mal que por bien no venga.
- Mora. Disculpame, no quise…
- No te hagas problema. Estoy acostumbrada.
- Perdóname. ¿Sí? -dijo Ana cambiando el tono de voz-. Con esa panza pareces un dirigible a punto de explotar.
- Apoyá tu mano y sentilo. Se está moviendo.
- Es verdad, está como… inquieto –dijo Ana con la mano apoyada sobre la panza de Mora.
- Mamá siempre me decía, “si tu hermana te ataca, tenés que defenderte”. Pero te quiero y deseo lo mejor para ti.
- Entiendo que quieras protegerme -Ana retira su mano de la panza de Mora y ambas siguen caminando-. Y te agradezco, pero te aseguro que puedo hacerlo sola. Amo a Roberto y estoy completamente segura que él también a mí. Me habló de casamiento y de irnos a vivir juntos a su casa. Podés venir a visitarnos cuantas veces quieras, mi casa es tu casa y yo también quiero ver crecer a mi sobrino.
- Gracias por la invitación hermanita. Pero no. –dijo Mora mientras le hacia señas a un taxi para que se detenga.
- No te vayas –dijo Ana, agarrándola del brazo.
- Soltame Ana. Saluda de mi parte a mi futuro cuñado –dijo Mora mientras se subía al taxi-. No será el primero ni el último en cumplir con ambas hermanas la función de padre. Adiós.
Ana se quedó parada inmóvil en medio de la vereda, mirando el taxi que se alejaba.

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