Dejé por un momento de hacer mis tareas habituales y me
detuve a ver el calendario. Sí, faltan 62 días para el año nuevo y para los festejos
familiares de fin de año en Argentina.
Mis nocheviejas siempre han sido de lo más extrañas. Quizás
sea por eso que no suele ser mi noche preferida, porque me pongo nervioso con
la cuenta atrás y me entra la nostalgia de todo lo que se queda archivado en un
año caducado. Sin embargo, hay cosas que nunca cambian. Más allá del calor
ambiente del hemisferio sur y el verano que comienza su tórrido recorrido, me
gustan mucho la calidez de todas las llamadas y los mensajes que recibo de
personas que no esperaba que se acordaran de mí, disfruto mucho de los
preparativos de la reuniones, de hacer
los mandados, de las compras, de los mates tomados en familia y de las visitas
de todos los familiares ya amigos. También tengo mi pequeño momento de soledad
escribiendo lo que deseo que me suceda en el año que se inicia, y me pongo de los
nervios porque el tiempo se va y me dan ganas de llorar por los que ya no están.
Me produce cierta sensiblería el ambiente y
ver a todas las familias haciendo lo mismo, preparándose para despedir
el año viejo y recibir el nuevo. Por momentos la angustia se apodera de mi, los
recuerdos se amontonan y se hacen balances de lo peor y de lo mejor... Y con
tanto calor y jornadas de piscina, el cuerpo se enfría, la angustia se va y
llega la euforia; por lo nuevo, por lo que vendrá, y a pensar en los rituales,
que no son muchos, pero hay que tenerlos en cuenta; que comprar una prenda de
ropa interior nueva (o lo que es lo mismo, un calzoncillo nuevo de color rojo) porque
sino, vas mal, que comenzar el año con el pie derecho, porque eso sí, todos los
años los comienzo a destiempo, con los dos pies arriba de una silla o haciendo
equilibrios para no caerme.
Y un rito nuevo, el de las uvas, que si ahora sí,
que si ahora no... que cuando toca la primera campanada de la iglesia que está
frente a la plaza. Si miro a mi alrededor para ver como lo hace mi sobrina y se
fue toda la seriedad al garete, porque me da el ataque de risa de ver a todo el mundo
comiendo las uvas y preguntándose si ese es el postre o algunos más descolgados
preguntando para que son las doce uvas. En fin, que no se tragan una y se meten dos o tres
juntas o las dejan en el plato. Y yo, por si acaso, con el ataque de risa, me
meto las doce uvas y a rezar para no morir atragantado, igual tengo la copa de
cava en la mano para brindar y para bajar las uvas. Luego los abrazos, besos,
saludos, risas y lágrimas y a disfrutar del cotillón y los cohetes, y el pan
dulce y la garrapiñada y todo lo dulce que había en la panadería de don Carlos incluida
las tortas de las tías con la sidra bien helada y a seguir toda la noche hasta
que salga el sol, que amanece que no es poco y el sol sale a las cinco de la
mañana y nos encuentra a todos en el patio de casa festejando el año nuevo.
Ya estamos, para todo eso faltan solamente dos meses…